jueves, 6 de mayo de 2010

Edvard Munch....El Beso...







Edvard Munch, El beso, 1897



El beso:

Edvard Munch


¿Qué es un beso? Un simple intercambio de salivas, escribiría E. M.
Cioran en un de sus despiadados aforismos. Y si Edvard hubiera podido
leer tan extravagante definición, sin duda habría asentido de
inmediato, previa sonrisa irónica. Pero, ya sea en esta tela o en los
grabados sobre el mismo tema, el beso significa para él algo más hondo
y dramático que el simple acto de succionar la saliva ajena. Un hombre
y una mujer se funden en un trémulo abrazo. De sus pesados cuerpos
–asemejando una inmensa montaña escarpada– emergen vibraciones
incesantes, ondas verdes y azulosas que se expanden hacia el exterior
del cuarto, como si huyeran despavoridas a través de la ventana que
está al fondo de la habitación. La mañana transcurre desapacible y el
intenso frío los acosa sin clemencia. Una luz blancuzca e indiscreta se
filtra y expande por el costado inferior del cuadro. Los aludidos
visten de negro, el color de la culpa y el temor. Advertimos el perfil
derecho, difuso y sin mácula, del propio Munch, una imagen resuelta con
pocos y efectivos trazos capaces de delinear su archiconocido
autorretrato simbólico. De ella sólo vemos el cuello y una porción
incierta, difuminada, de su rostro. ¿Rehuye o responde al contacto de
los labios? He aquí la incógnita. Más que erotismo hay en ese sujeto un
deseo irrefrenable de posesión, de sometimiento; la excitación sexual
parece desbordársele con apremio. La mujer, en actitud pasiva, no se
resiste al abrazo, acepta las reglas del juego y hasta apoya cálida y
tímidamente sus dos manos sobre aquella espalda encorvada, henchida de
pulsiones a punto de estallar. Al entrelazarse de esta manera, ambos
cumplen el convenio previamente establecido. No se vislumbra en la
escena ninguna chispa de calidez amorosa, sólo la consabida acción de
toma y daca que ocurre todos los días y en todas partes. Tampoco se
percibe un dejo pasional, ni siquiera un atisbo de afecto, sólo las
típicas emociones incontroladas y volátiles aprendidas rutinariamente a
lo largo de los siglos. La solícita aquiescencia de ella nos impacta,
nos retrotrae a ese ancestral ritual mediante el cual se atestigua el
frío trueque del placer por su precio en oro. ¿Corolario? Un gélido
beso, dos soledades compartidas y la ilusión transfigurándose en
evasión. Una y mil veces.

Ya he expuesto lo que los entendidos en arte ven en el cuadro...ahora expondré lo que yo veo...lo que siento....lo que noto al mirar ese beso...un simple beso que, Edvard Munch se encargó de plasmar tan perfectamente que, a todos nos llega la mente al mirarlo, el mejor beso de nuestras vidas, ese que tenemos alojado en el centro del corazón, ese beso que nos consigue poner las mejillas coloradas, ese que ansiamos de nuevo, que mimamos con afecto, que nos enternece, y que aceptaríamos de nuevo sin recargo.
Un beso de la persona amada, de la persona querida, de la persona necesitada puede llevarte al más intenso de los momentos de felicidad, a lo que, me gusta llamar "flow", fluidez de vida...
Besos consentidos,
besos robados,
besos mordidos,
besos besados....
besos enardecidos...
sobre todo agasajados...
besos en el mejor momento,
que te lleven al mismísimo cielo,
besos conseguidos,
besos recíprocos y conectados..
para todos
para todas
mis mejores besos entregados...

1 comentario:

Anónimo dijo...

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